De todas las armas que llevamos a la batalla no hay ninguna más poderosa que la mente. Contiene nuestros instintos, nuestro entrenamiento y nos permite distinguir al amigo del enemigo y el amor del odio. Pero si esa arma es poco sólida, estamos sin duda, desarmados. Porque la mente es mucho más peligrosa cuando está dañada, y no hay garantía de que no se elegirá a si misma como su siguiente victima.
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