¿Recuerdas que cuando eras niño tu mayor preocupación era algo como que si recibirías una bicicleta en tu cumpleaños o si te darían permiso para comer galletas en el desayuno? Ser adulto goza de una fama mucho mejor de la que merece. Enserio, que no te engañen los zapatos bonitos, el buen sexo y la ausencia de padres diciéndote qué debes hacer. Ser adulto es ser responsable. La responsabilidad es horrible, es lo más horrible que existe.
Los adultos tienen citas y tareas, deben ganarse la vida y pagar la renta. Y si te preparas para ser cirujano y tienes un corazón humano en tu mano... eso sí que es responsabilidad.
Esta perspectiva hace que las galletas y las bicicletas sean geniales, ¿no? ¿La parte más aterradora de la responsabilidad? Cuando metes la pata y dejas que se te vaya de las manos.
Los adultos tienen citas y tareas, deben ganarse la vida y pagar la renta. Y si te preparas para ser cirujano y tienes un corazón humano en tu mano... eso sí que es responsabilidad.
Esta perspectiva hace que las galletas y las bicicletas sean geniales, ¿no? ¿La parte más aterradora de la responsabilidad? Cuando metes la pata y dejas que se te vaya de las manos.
La responsabilidad, en efecto, es horrible. Cuando pasas la edad de los aparatos dentales y sujetadores de entrenamiento la responsabilidad no se esfuma. No lo puedes evadir, ya sea que alguien nos haga enfrentarla o sufrimos las consecuencias. Aun así, ser adulto tiene sus beneficios.
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